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RECUERDOS DE MISA DE DOMINGO

Estoy acabando la quinta década de vida y es ahora cuando pienso, cada vez con más frecuencia, en el lugar de donde vengo, en lo que fui, en las cosas que hice, en las personas a las que conocí… un montón de recuerdos bailan en mi cabeza y se asoman en cada momento, reclamando atención. Tal vez mi estreno como abuela ha propiciado este repaso de vida.

Dice Ignacio Morgado, Catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia y la Facultad de Psicología de la UAB que recordamos lo verdaderamente importante, lo que es capaz de emocionarnos, porque activa en nosotros las regiones cerebrales y las hormonas que ayudarán a guardar ese recuerdo.photo-256887__340

Para  guardar algo en la memoria, usamos varias regiones del cerebro,  ya sea la memoria de trabajo o recuerdos recientes (corteza prefrontal) o la semántica y de significados (lóbulo temporal) o  los recuerdos a largo plazo (hipocampo).

Es asombroso lo que sucede cuando un acontecimiento hace aflorar episodios del pasado y cómo los recuperamos. No se trata de abrir una capsula del tiempo y encontrar lo guardado en el mismo estado en que lo pusimos, inalterable e idéntico, mas bien, es  una reconstrucción del recuerdo, en el que influirán, tanto nuestro estado de ánimo en ese momento, como nuestra experiencia vital, dando sentido y significado a lo que ahora recordamos.

A manera de ejemplo os dejo un emotivo escrito, que una persona cercana a mi, escribió con motivo de la celebración del cincuenta aniversario de su curso colegial.

«Cuando era niño yo iba a misa, de once, todos los domingos. El rito previo empezaba por calentar el agua en la lumbre, llenar con ella la palangana de peltre sin que se derramase y que, delante del fuego, mi madre me frotase con estropajo de esparto las rodillas, los talones y los tobillos, usando el lino más suave para los codos, el cuello y las enormes orejas de soplillo, siempre con mucho jabón, grasa de animal y sosa de olor cáustico y amargo sabor que se filtraba en mi boca rancio.

Me ponía, con el debido esmero, mi mejor traje, lo recuerdo  estrecho y corto; antes había sido inmenso, los dos años previos, pues iniciaba su uso crecedero, para ser útil durante al menos tres años consecutivos. Yo disfrutaba de todo, hasta de lo que no tenía que disfrutar. Vivía por fuera, y el traje estaba siempre limpio, parecía siempre nuevo.bell-tower-3830079__340

Al salir de casa, mi madre agarraba con ansia mi mano, me obligaba a pisar despacio, sorteábamos los charcos, de agua sucia, en invierno, o de barro molido, en verano, para conservar impolutos, hasta la iglesia, los zapatos negros recién embetunados. Imaginad en qué estado de extrema limpieza llegué el primer día aquí, al seminario ¿Qué más quiere quien tiene que morir y no lo sabe de la mano de su madre?

Entonces disfrutaba de todo aquello, por eso es solo ahora, quizás, cuando comprendo cuánto lo disfrutaba. Entraba a oír misa como a un gran misterio, el vino y el pan eran allí sangre y cuerpo, y salía de la misa como hacia un claro inmenso, envuelto en la luz fría o cálida de cada estación. Y así es como era de verdad, y todavía es de verdad. Solo para el hombre que no cree y es adulto, con alma que recuerda y llora, son la ficción, el trastorno de vivir sin la magia que transmuta la materia, el desaliño aparente, y la etiqueta fría que te endosan quienes no te conocen y no han llegado a quererte. Sí, es cierto, lo que yo soy sería insoportable si no pudiese acordarme de lo que he sido.

Después, a las doce, había otra misa, ajena a la mía, mientras mi gente persistía todavía en salir de la iglesia, otra gente también posible, empezaba a llegar -para entrar en la nueva celebración -, todos ellos eran como gigantes que pasaban junto a mí, que era solo ojos despiertos, bajo las ventanas de mi casa alzada sobre la orilla quieta del tiempo.

Memorias de domingo, misas, sol, naranja de postre, placer de haber sido, milagro del tiempo que queda por no haber pasado, y que no olvido nunca porque ha sido mío, por una paradoja maternal del tiempo subsiste hoy, aquí mismo, entre el que soy y el que he perdido, en el intervalo inexacto que rememoro…¿Quién soy? ¿Qué sé? ¿Qué busco? ¿Qué siento? ¿Qué pediría si tuviera que vivir?

Alas de carbono y de polímeros ligeros que arranquen a mi madre de la tierra y la permitan volar sobre los tejados y por encima de los árboles más altos, que me lleve de la mano para poder recordarlo, como recuerdo la misa infantil del domingo. Luis Fernando Crespo Zorita«

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